Pero de dónde nace o NO nace la falta de sensibilidad y de
educación, yo la llamaría IN-HUMANIDAD
Dice el Portal de la Fundación Shelby dedicada al
fomento de adopción de animales en condiciones de abandono o maltrato: "tu perro es el único ser que te quiere
más de lo que te quieres a ti mismo" y yo agregaría que te conoce
mejor de lo que te conoces a ti mismo, que brillantes seres verdad?, pues ellos
si han logrado lo que no han podido siglos y la gran filosofía griega del
“conócete a ti mismo”, lo han hecho por nosotros tal vez misericordiosamente
ante nuestra incapacidad de hacerlo, aún con tantos siglos de “conocimientos", sentimiento que por añadidura te permite conocer y
querer a los DEMAS…aún sin entenderlos, sin necesitar entenderlos.
Ciertamente estoy convencida de que los perros son verdaderos "ángeles", no he conocido un niño, adulto o anciano cuya coraza en su corazón no se haya derretido con su amor por la vida o cuya maldad ó miedos más profundos no sean alertados preventivamente por su gruñido, ladrido, miedo o antipatía... los múltiples estudios sobre lo que su energía pura y limpia ejerce sobre el ser humano y su percepción extrasensorial son cada vez más sorprendentes y sus valores sobrepasan a los de un ser "racional", por lo que cada vez son más recomendados y requeridos para apoyar las labores de enseñanza de valores pero sobre todo cada vez más utilizados en terapias de todo tipo, para toda edad y problema, trauma o enfermedad, inclusive ante terapias infructuosas o fallidas, lo que en ocasiones se convierte inclusive como único ó último recurso...y para rescate en situaciones en las que sus habilidades y destrezas destacan por encima de las del propio humano.
Existe una bella
historia cuyo autor desconozco ya que me fue enviada por mail sin citar su
autoría y que más adelante reproduzco intacta por respeto al autor, en ésta se relata
la historia, común para muchos hijos cuyos padres llegan a una etapa difícil o
cuya dificultad fue de toda la vida agudizada por la edad avanzada…pero no
privativa de hijos, también compartida con padres cuyos hijos padecen alguna
discapacidad o deficiencia o problema de conducta, vicio o carácter, hermanos, parejas o amigos, ésta es la
historia de una hija cuyo padre vive solo y sufre un infarto al
corazón, derivado de un terrible sentimiento de amargura e incapacidad para
amar, perdonar y dar, agudizado con la edad. Su hija preocupada decide llevarlo
a vivir con ella y su esposo, para prodigarle cuidados físicos pero sobre todo
amor y hasta ganas de vivir, acción que rebota en la gruesa coraza de dolor y
amargura del padre, en un insufrible ciclo vicioso…
La hija en su
preocupación y frustración de no hacer reaccionar a su padre, busca ayuda
profesional, una casa de retiro o asilo en donde le procuren la atención que
ella es incapaz de darle, no encontrando espacio para su padre en ninguna de ellas, sin embargo en una de esas casas de retiro le ofrecen una solución aunque irracional
de primer golpe, y digo de “golpe” por que para los que dudamos en algún
momento de que la bendición viene en la forma menos lógica para nuestra mente y
ojos humanos, así la recibimos, aunque no es así para los ojos espirituales de la fe, soluciones como ésta
suenan irracionales y absurdas, cuando es díficil darle forma a algo que no
está dentro de nuestros paradigmas.
Decidida esta hija
acude a la perrera municipal, recorre toda la “pasarela” sin encontrar al
“adecuado”…muy grandes, muy pequeños, muy alegres pensó ella en el fondo, cuando
al final como suele suceder con los milagros, sus ojos ven al “costal de
huesos, la caricatura de perro de raza pura y aristócrata” como lo describe,
tal vez una mascota perdida o quizá echado a la calle por no cumplir algún
patrón o paradigma humano, “ese es” dijo la hija, era la última oportunidad
para ser rescatado de la muerte, sería sacrificado al siguiente día, no sé tu
pero a estas alturas yo si tengo un nudo en la garganta y cada vez que la releo, el por qué los
milagros son tan dramáticos, desgarradores diría yo, se finca en el árido terreno del dramatismo, por que de otra forma
simplemente no serían milagros, no tendrían la esencia y motor de mover
consciencias, despertares que accionan, que impulsan a obrar…y para hacerlo en
las dos vías de ida y vuelta, para la hija y el perro, o el padre?
La historia continúa cuando le es presentada la caricatura de perro al exigente padre, y lógico en
un ser resentido, dolido, amargado, éste arremete contra lo más vulnerable, como
lo hace usualmente el ser humano en su inmensa in-humanidad, lo rechaza lanzando
palabras que son puñales directos al corazón de la hija… si hubiese querido un perro yo mismo hubiese conseguido uno y por su
puesto lo hubiese hecho mejor que tú, hubiese elegido a un campeón no a un perdedor
como tú…
Qué crueles podemos
ser los seres humanos verdad?, que carentes de humanidad y cómo podemos aniquilar
el alma y espíritu de un ser humano, de uno tan
cercano en consanguinidad, un animal irracional jamás lo haría, un perro menos,
pero ahí es cuando obra el milagro en lo más hondo, cuando nos hace sacar el
coraje y la casta de nuestros valores natos y
dormidos por los paradigmas, pues somos seres divinos en alma y
espíritu, somos HUMANOS…
La hija le responde, pues tendrás que acostumbrarte por que se queda con nosotros, entonces ya no
necesitó hablar más, ni hacer más, el perro en su infinita humanidad viviendo
el conflicto padre-hija, o de cualquier otra persona, caminó como un costal de
huesos vulnerable que era y le dio la pata al anciano, diciendo con ello:
No sufran más, permitan que yo cargue sus penas, que lleve sus dolores, rencores, amarguras, incapaciadades, que lleve su infinita in-humanidad en mis huesos, en mi alma, en mi espíritu libre y amoroso, que los enseñe con actos tan sencillos a comprenderse, a amarse, a perdonarse, a respetarse, que si no me lo permiten será inútil mi vida, mi venida a este mundo, para ustedes es muy difícil y doloroso hacerlo, sentir humanidad los unos por los otros, y para mi muy frustrante viendo algo tan sencillo que lo compliquen tanto, sólo permítanme entrar en su hogar y enseñarles en mi infinita bondad a amarse, es todo lo que suplico, lo demás lo haré con gusto, con amor, con misericordia y paciencia, con tolerancia, con sacrificio, con humanidad infinitamente irracional…
El mejor regalo para
los niños "adultos del mañana": una cultura de civilización, del más
fuerte defiende y vela por el desvalido y necesitado, ama, cuida y respeta al vulnerable con misericordia infinita, ama la vida cualquiera
sea su forma, consigue sus éxitos nunca a pesar de la desgracia de los demás
ni por encima de los demás, ese es el mejor legado a la humanidad y por humanidad. Pero por favor, por humanidad, por inteligencia pensante, por DIOS,
piensa antes de comprarles una "mascota", por que si despúes la tiras
o maltratas por TU incapacidad de educarlo, de enseñarle con amor, paciencia y
humanidad, el próximo en ser “tirado”, olvidado o ser maltratado podrías ser
TU...
UN PADRE, UNA HIJA Y UN PERRO…
- "¡Cuidado! ¡Casi tocaste ese
auto de costado!", Me gritó mi padre. "¿Es que no puedes hacer nada
bien?"
Esas palabras me dolieron más que un golpe.
Volví mi cabeza hacia el anciano sentado en el asiento junto a mí,
desafiándome a contestarle. Se me hizo un nudo en la garganta, y aparté los
ojos. No estaba preparada por otra pelea.
- "Yo vi el auto, papá. Por favor, no me
grites cuando manejo."
Mi voz fue medida y firme, que sonaba mucho
más calmada de lo que realmente me sentía. Mi padre me miró furioso, después
volvió su cabeza y se mantuvo callado. En casa lo dejé enfrente del televisor
y fui afuera para componer mis pensamientos. Había oscuras y pesadas nubes en
el cielo, prometiendo una lluvia. Un trueno distante retumbó como si fuera el
eco de mi agitación interna. ¿Qué puedo hacer con él?
Mi padre había sido leñador en el estado de
Washington y en Oregon. Había disfrutado de vivir al aire libre y le gustaba
medir su fuerza contra el poder de la naturaleza. Había entrado en agotadoras
competiciones de leñadores, y a menudo ganaba. Los estantes de su casa
estaban llenos de trofeos que probaban su habilidad. Pero los años pasaron
implacables. La primera vez que no pudo levantar un pesado tronco, hizo una
broma sobre eso pero luego el mismo día lo vi afuera solo, tratando de
levantarlo. Se volvió irritable cada vez que alguien le hacía bromas sobre
estar envejeciendo o cuando no podía hacer algo que hacía cuando era joven.
Cuatro días antes de cumplir sesenta y siete
años, tuvo un ataque al corazón. Una ambulancia lo llevó al hospital mientras
el paramédico le hacía resucitación para mantener la sangre y el oxígeno
circulando.
En el hospital lo llevaron corriendo al
cuarto de operaciones. Tuvo suerte; sobrevivió. Pero algo en el interior de
papá, murió. El gusto por la vida desapareció. Obstinadamente se negaba a
seguir las órdenes del doctor. Las sugerencias y los ofrecimientos de ayuda
eran rechazados con sarcasmo e insultos. El número de visitantes disminuyó, y
finalmente cesaron. Papá quedó solo. Mi esposo Dick y yo le pedimos que venga
a vivir con nosotros a nuestra pequeña granja. Esperábamos que el aire libre
y la atmósfera de granja le ayudaran a ajustar su vida.
Una semana después de venir, ya me
arrepentí de la invitación. Nada le parecía satisfactorio. Criticaba todo lo
que yo hacía. Me sentí frustrada y deprimida. Pronto me di cuenta que estaba
desahogando mi rabia con Dick. Empezamos a discutir y pelear. Alarmado, Dick
buscó al pastor y le explicó la situación. El pastor nos dió citas de
consejería para nosotros. Al final de cada sesión, él oraba, pidiendo a Dios
que calmara la turbada mente de papá.
Pero los meses pasaban y Dios guardaba
silencio. Había que hacer algo y era yo la que lo tenía que hacer.
Al día siguiente me senté con la guía
telefónica y llamé a cada una de las clínicas mentales que había en el libro.
Expliqué mi problema a cada una de las voces llenas de simpatía que me
contestaron. Justo cuando estaba perdiendo la esperanza, una de esas amables
voces de repente exclamó, "¡Recién leí algo que podría ayudarla! Déjeme
ir a buscar el artículo..."
Escuché mientras ella leía. El artículo
describía el sorprendente estudio hecho en una clínica geriátrica. Todos los
ancianos pacientes estaban con tratamiento por depresión crónica. En todos
ellos sus actitudes mejoraron en forma excepcional cuando se les dio la
responsabilidad de cuidar un perro.
Fui a la municipalidad a ver los perros
ofrecidos en adopción. Después que llené un formulario, un oficial uniformado
me llevó a los corrales de los perros. El olor a los desinfectantes inundó mi
nariz cuando entré a las filas de jaulas. Cada una contenía de cinco a siete
perros. Los había de pelo largo, enrulado, unos negros y otros con manchas
que saltaban, tratando de alcanzarme. Los fui estudiando uno por uno pero los
rechacé a todos por distintas razones, demasiado grande, o demasiado chico, o
demasiado pelo, etc.
Cuando llegué al último corral, un perro
desde la esquina más alejada se paró con dificultad, caminó hacia el frente
de la jaula y se sentó. Era un pointer, una de las razas aristócratas del
mundo de los perros. Pero éste era una caricatura de la raza.
Los años habían puesto en su cara y hocico un
poco de gris. Los huesos de sus caderas sobresalían en triángulos desiguales.
Pero fueron sus ojos que atraparon mi atención. Calmados y límpidos, me
observaban fijamente.
Apuntando al perro, pregunté, "¿Qué me
dice de éste?" El oficial miró, y sacudió su cabeza, intrigado. "El
es un poco raro. Apareció no se sabe de dónde, y se sentó en el portón del
frente. Lo entramos, pensando que quizá alguien viniera a reclamarlo. Eso fue
hace dos semanas y nadie ha venido. Su tiempo termina mañana". Hizo un
gesto, como que no se puede hacer nada.
Mientras las palabras entraban a mi mente, me
volví al hombre con horror... "¿Quiere decir que lo van a matar?"
"Señora", dijo dulcemente, "Es el reglamento. No hay lugar
para todos los perros que nadie reclama."
Miré al pointer otra vez. Sus calmados ojos
marrones esperaban mi decisión. "Lo tomaré", dije. Y manejé hasta
casa con el perro sentado en el asiento delantero a mi lado. Cuando llegué a
casa, toqué la bocina dos veces. Lo estaba ayudando a bajar del auto cuando
papá apareció en el porche del frente... “¡Mira lo que te traje, papá!”, dije
entusiasmada.
Papá miró, y puso una cara de disgusto. “Si
yo quisiera un perro lo hubiera buscado. Y hubiera elegido uno mejor que esta
bolsa de huesos. Quédate con él, yo no lo quiero.” Agitó su brazo
despectivamente y empezó a caminar hacia la casa.
El enojo creció dentro de mí. Me apretaba los
músculos de la garganta y sentía latidos en las sienes. “¡Es mejor que te
acostumbres a él, papá, porque se queda con nosotros!” Papá me ignoró. “¿Me
escuchaste, papá?”, grité. A estas palabras papá se volvió enojado, con sus
manos apretadas a sus costados, con sus ojos entornados con odio.
Estábamos parados mirándonos fijamente como
duelistas, cuando de repente el pointer se soltó de mi mano. Fue cojeando
despacio hasta mi padre y se sentó frente a él. Entonces muy despacio,
cuidadosamente, levantó la pata delantera.
La quijada de mi padre tembló mientras se
quedó mirando la pata levantada. La confusión reemplazó la ira de sus ojos.
El pointer esperaba pacientemente. De pronto, papá estaba arrodillado,
abrazando el animal.
Fue el principio de una cálida e íntima
amistad. Papá lo llamó Cheyenne.
Juntos, él y Cheyenne exploraron
el vecindario. Pasaron largas horas caminando por polvorientos caminos. Iban
a las orillas de los rápidos ríos a pescar sabrosas truchas, pasando largos
momentos de reflexión. Incluso comenzaron a ir juntos a la iglesia los
domingos, mi padre sentado en un banco y Cheyenne echado silencioso a sus pies.
Papá y Cheyenne
fueron inseparables a través de los tres años siguientes. La amargura de mi
padre se desvaneció, y él y Cheyenne
hicieron muchos amigos.
Una noche, muy tarde, me extrañó sentir la
fría nariz de Cheyenne
revolviendo nuestras frazadas. Nunca antes había entrado a nuestro dormitorio
en la noche. Desperté a Dick, me puse el salto de cama y corrí al cuarto de
mi padre. Papá estaba en su cama, con una faz serena. Pero su espíritu se
había ido silenciosamente en algún momento durante la noche.
Dos días más tarde, mi dolor se hizo todavía
más profundo cuando descubrí a Cheyenne
tendido muerto junto a la cama de papá. Envolví su cuerpo en la
alfombra sobre la cual siempre había dormido. Mientras Dick y yo lo enterramos
cerca de su lugar favorito de pesca, le agradecí silenciosamente por la ayuda
que me había dado para devolver a mi padre la paz y tranquilidad.
La mañana del funeral de papá amaneció nublada
y sombría. Este día se ve de la misma manera que yo me siento, pensé,
mientras caminaba hacia la línea de bancos de la iglesia reservados por
familia. Estaba sorprendida de ver la cantidad de amigos que papá y Cheyenne habían hecho, que llenaban
la iglesia. El pastor comenzó su elogio del difunto. Fue un tributo para papá
y para el perro que había cambiado su vida.
Entonces el pastor citó Hebreos 13:2. “No dejes de dar hospitalidad a
forasteros, porque haciéndolo, algunos han recibido ángeles sin saberlo.”
“Muchas veces he agradecido a Dios
por haberme enviado un ángel”, dijo.
Entonces me di cuenta, y el pasado cayó todo
en su lugar, completando un rompecabezas que no había visto antes: aquella
amable y simpática voz que me leyó aquel artículo sobre el estudio en la
clínica geriátrica. La inesperada aparición de Cheyenne en el lugar de los perros para adopción. Su calmada
aceptación y completa devoción a mi padre y la proximidad de sus muertes.
Y de repente, comprendí. Me di cuenta que,
ciertamente, Dios había contestado mis plegarias en busca de su ayuda.
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Un país, una civilización se
puede juzgar por la forma en que trata a sus animales. Mahatma Gandhi
(1869-1948).
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